Patología de un paisaje (II de VI)


Lucía

En esta pequeña ciudad de provincias todavía sobreviven tradiciones que se pierden en la memoria. Una de ellas es el tañido de las campanas de la iglesia, próxima a mi casa, cuando llaman a misa o doblan a duelo. Ya me he acostumbrado. Dicen que las campanas son el sonajero de los muertos. Para mí tiene otro significado mucho menos siniestro: misa de diez corresponde exactamente a la hora en que disfruto del segundo café de la mañana. Me quedan al menos cuatro intensas horas de trabajo para ordenar y pulir mi tesis doctoral. Un último esfuerzo para completar, ¡al fin!, mi formación como médico. Me trae de cabeza toda la documentación, manuscritos, apuntes, notas al margen que ahora reinan desperdigados en el escritorio: estoy convencida que la teoría del caos se formuló especialmente para mí.

¡Hierve el café! Voy corriendo a separarlo del fuego, mientras pienso que a Luis mi despiste le hubiese parecido del todo imperdonable. El esperaba pacientemente y apartaba la cafetera de aluminio en cuanto oía el primer silbido. Luego, preparaba dos tazas en la mesa de la cocina, con su gotita de leche y una sola cucharada pequeña de azúcar. A veces me sorprendía con algunas pastas almendradas de la caja metálica que guardábamos en lo más alto de la alacena, para no caer continuamente en la tentación. Se acercaba por detrás y me decía apenas en un susurro: -”Lucía, el café ”.

Enclaustrarme con una labor concreta me ha venido bien. Es una forma tan válida como otra cualquiera para olvidar. Noto que cada línea escrita de mi tesis es un salvoconducto para dejar de pensar en Luis, pero muchas veces no puedo evitarlo. ¡Qué tonta soy! Mira que busqué la tranquilidad necesaria para que nada me apartase de un futuro prometedor; mira que planeé por todos los medios desaparecer un tiempo para llevar a cabo mi trabajo sin ataduras; y ahora que me encuentro tan cerca de mi objetivo, odio el silencio que corroe mi rutina diaria, porque todas las cosas pequeñas que hemos vivido juntos vuelven a recordarme a él.

Por cierto, he de ir a comprar otra cafetera: ésta, de cuatro tazas, es demasiado grande para mí sola.

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