Hoy nieva a cántaros.

Nieva como si viviésemos en un país acostumbrado al frío. Estamos congelados. Los españolitos ya no son pasionales,( ni machos sudorosos ni hembras cálidas), sino que deambulamos ateridos con la cara pegada a los adoquines y las manos cerradas en torno a las pelusas del abrigo. ¡Ya no queda Amor!! Se nos ha quedado en los pliegues de alguna canción escuchada a lomos de la adolescencia, tan olvidada, o en los sueños que jamás pudimos cumplir, porque - a su vez- jamás intentamos nada para lograrlos. Los deseos cuelgan como estalactitas en la caverna donde yace, oscuro y silencioso, el corazón.

Nieva, y es blanco el manto que veo tras el cristal. Hoy me siento como el carámbano que crece al abrigo de la ventisca, alimentándose del rugir del viento; pronto seré enorme y causaré pavor al aliento de mi cuchilla azul. Y sin embargo, en nada sucumbiré como agua derretida; me empequeñeceré en el primer rayo de sol que cruce tras la esquina, y a gotas hallaré mi fin, sin hacer ruido.

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