Tengo que apuntarme en la agenda, pobre de mí, la tarea de rellenar esta parte del blog. ¿Qué decir del autor? No estoy muy seguro de que le importe a alguien. Le daré prioridad baja.
Básicamente de sobrevivir me acuso estos últimos meses, aunque empiece el post con un puñetero adverbio. Creo que ya he olvidado cómo escribir sin cometer faltas, pero no pienso ponerme de rodillas y pedir perdón por algo que con toda seguridad, también hacía antes, por mucho que no me lo echase en cara. Las cosas suceden deprisa, y no da tiempo a parar un momento y mirar al costado, por si acaso de reojo miras para atrás y te sorprende un esqueleto completo persiguiendo tu carne desnuda. "Déjame en paz!" podrías decirle; o alcánzame de una vez, que ya casi ni te reconozco; eso sería algo muy parecido a la definición proustiana de sobrevivir: a ver qué coño le digo a estas dos partes de mí para que se pongan de acuerdo. De sobrevivir me acuso, y la pena de prisión la conmuto por aguantarme a mí mismo un rato más, a la fuerza indefinido; por arriesgarme a vivir deprisa por muy lento que resulte el proceso; por viajar de espaldas a los pájaros y no reconocer el otoño a finale
Café con una pizca de azúcar para iluminar esta tarde, como preludio de una conversación cargada de extraordinarios secretos. El lugar no importa; basta una mesita a la altura de las expectativas, y un par de sillas incómodas que las rebajen, por si acaso hay que salir corriendo. Por lo pronto, el brillo de tus ojos va a juego con la cucharilla de plata; yo uso con torpeza los míos para disimular la timidez. Así que empezamos con la sonrisa en la cara, apalancados en la ruleta de las anécdotas y las costumbres, mientras tus manos y las mías analizan la mejor manera de cincelar, a toda prisa, un monumento al perfecto desconocido. Deshacemos en milhojas los momentos importantes, aunque nos hayamos pasado media vida queriendo restarles importancia. Azúcar encima de las heridas, ya cicatrizadas a base de sal. Sabemos de memoria las encrucijadas de nuestros nombres, y esperamos que el otro sea capaz de grabar a fuego, en un instante, un nuevo punto de partida con rumbo fijo a la ete
Enero sigue su curso sin apenas mirar atrás. Aprieto el paso. El frío y la lluvia arrecian, a zarpazos, y engancho el paraguas de los días grises en las farolas, a ver si así me llega algo de luz. La soledad en el bullicio de la ciudad ¡es tan real! como la calle adoquinada que sube, que baja, que quiebra la esquina y parte la acera al son del chapoteo de mis zapatos. Hoy no. Eso que me hace volar a ras de suelo tiene otro nombre que no rima con soledad. A veces yo la sueño tranquila, en el reflejo de un escaparate, en las sombras donde hace un instante he mirado, en el paso limpio, en el beso suave; otras veces húmeda y provocativa, pegada a los huesos, apretada a la carne y con las gotas de agua respirando en la piel; y no me explico cómo somos dos, siendo uno; y sueño despierto que somos uno, siendo dos. Tengo prisa por llegar a ningún sitio. Movimiento. La razón me habla de líneas rectas entre tú y yo, y el espíritu se empeña en dar vueltas con nosotros: mi destino parece si