Calcetines helados


Visto con elegante etiqueta de pobre; el traje ciñe al cuerpo a la perfección, sobre todo cuando el alma descansa en la tintorería, a falta de un lavado en seco. El error ha sido comprar en rebajas: todo el mundo tiene la esperanza de encontrar un chollo a bajo precio, pero no dejan de ser restos de temporada. Esta tontería se me ocurre contemplando el valle helado, en el borde de un camino. Abajo, el paisaje; arriba, la perspectiva del vértigo; en medio, una silla de monte y la certeza que si sigo aquí pensando en guantes de goretex voy a morir congelado debajo de mi sombrero.

Alguien que ahora no recuerdo me dijo un día de sol que siempre hay que mirar al horizonte. Allá, a lo lejos, hay un inmenso mar de posibilidades para explorar, y cada gota de luz nos acerca irremediablemente a nuestro destino. Espléndido. Me he traído unos prismáticos para intentar saltarme algún paso, y ahorrar en suelas hasta ese destino soñado, pero cada vez que acerco un punto en el catalejo, se me antoja un principio tan ajeno a mí como cualquier otro que pudiera observar. Así que guardo los atajos en la mochila y, aterido de frío, fijo la mirada en la nieve acumulada en las puntas de mis botas.  Estoy convencido que éste sí es un punto de partida lo suficientemente realista como para que mi siguiente paso sea eficaz. Por ejemplo, volver a casa cuanto antes y meter en el horno los calcetines helados, aún a riesgo de parecer eminentemente práctico, excéntrico y poco, muy poco idealista.

El horizonte tendrá que esperar.

Comentarios

  1. ¿Por qué quieres viajar hacia el horizonte en la intemperie de un camino congelado? Se creería que quizá persigues tu ruina más que otra cosa. Prueba a apuntar el catalejo hacia algo más cercano y no tan gélido, sin importar que los demás no te comprendan, casi nunca lo hacen. Si te gusta lo que ve tu ojo, es suficiente.

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