Desde aquí veo a las personas pasear deprisa, enfundadas en sí mismas, caminando hacia todas partes. A veces les convierto en objeto de estadística, en números cuyos porcentajes tienden de cero a infinito. Sus deseos y pensamientos, el amor, la tragedia, la esperanza y el sufrimiento viaja sobre sus espaldas en forma de gráficos de Gantt. Fíjate esa mujer con tacones, allí, torciendo la esquina: viene resuelta, devorando el mundo a cada paso. Y ese hombre que se cruza con ella no tiene más remedio que volver la mirada, mitad con deseo, mitad con verdaderas ganas de saber de dónde saca tal aparente seguridad. Qué será impostura, qué realidad. Yo lo registro en las tablas de mi imaginación y evalúo, como un gurú de los pensamientos ajenos. A ese niño, un nueve en inocencia. A la mujer que le lleva de la mano y que cruza el semáforo en rojo, un tres en responsabilidad. Mucho más fácil calificar a los demás, que enfrentarse al desagradable hecho de valorarse a sí mismo.

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