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Mostrando las entradas etiquetadas como Microrrelatos

Caleidoscopio

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Dentro de poco volverá la lluvia. El cielo se cubrirá y un jirón de niebla envolverá la casa sin previo aviso. Las gotas de agua, una, dos, diez, golpearán las ventanas. Hace un momento, los rayos del sol me hicieron creer que los cristales eran lisos, transparentes; y sin embargo, cuando arrecia la lluvia, el agua se reúne y al caer cimbrea, crece, engorda, surca de forma irregular y caótica la superficie creando minúsculos ríos, en un caleidoscopio que parece no tener fin. Dentro de poco volverá la lluvia. Y anegará de nuevo, gota a gota, los resquicios de mi alma. Esa misma que se empeña en tapar las grietas e iluminar los rincones para mantenerme a salvo. Los recuerdos, la nostalgia, tu risa, el miedo, saldrán a flote como el cadáver de un ahogado, y se deslizarán de forma irregular y caótica en mis mejillas creando minúsculos ríos, en un caleidoscopio que parece, mi amor, no tener fin.

Un banco del parque

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Míralo, siempre a la misma hora. Por allí llega a paso ligero por la avenida principal del parque, con la mirada perdida en ninguna parte y el corazón en vilo. Se sienta en un banco, pero no acierta a leer el libro que lleva; lo deja a un lado y pone sus manos en las rodillas, sujetándose las ganas de salir corriendo. ¿Te has fijado? Ahora se levanta, y recorre un trecho con las manos a la espalda y los dedos entrelazados; se da la vuelta y por la expresión de su cara parece preguntarse por qué hoy el césped es gris. En el ojal de su chaqueta, planchada a medias, lleva prendido un ramillete de deseos y la firme voluntad de no dejar pasar otra oportunidad. De repente, calle abajo corretea un perro canela y él se descompone. Cambia tres veces de postura antes de agarrar con fuerza el libro, y le cuesta unos segundos darse cuenta de que lo ha cogido al revés. No se atreve a mirar, pero adivina su silueta acercándose. Ya está ahí. Ella pasa por delante y le mira con una sonrisa, pero él, l...

Ayer noche.

Pasa el tiempo. Llevo una semana sin escribir nada de nada. Debe ser el calor, las vacaciones, el ruido. Debe ser la caña, los encurtidos, el pinchito de tortilla. Verano. Cambalache de reuniones sociales. Arboles, montaña, río, pueblo con olor a flores marchitas donde siempre es invierno. Bodeguita de vino tinto, plantas entre las tejas rojas de las casas, manchas de humedad en las paredes y hierro oxidado en el corazón. Respiro. Ayer paseé en la madrugada por la carretera, como si el mundo descendiese por la negrura de la noche. En cuanto se dejaron de ver luces de las pocas farolas, se enciende la vida invisible. Miríadas de estrellas titilan y yo soy el rey de la Creación. Tumbado en la carretera y con el jersey como almohada, cuento las lágrimas de San Lorenzo. Una, dos. Esa cruza casi todo el cielo. Cien. Solo para mí. Todo el Universo.

Timón de cola

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Vuelo. Dicen que si una noche sueñas con volar, realmente lo que estás pidiendo a gritos es sexo. Yo no soy un especialista en interpretar sueños, ni tampoco un pájaro, y sin embargo, vuelo. Qué le vamos a hacer, es un hecho. Tan real, como que he subido a la terraza de mi edificio a hacer algunas fotos del entorno desde una nueva perspectiva y, al sentir el viento, he abierto mis brazos y mi cuerpo y mi mente y he sentido la sangre golpear hasta las mismas puntas de los dedos. Al abrir los ojos, volaba a cincuenta metros del asfalto. Siempre he creído que ante una situación estresante o nueva que no controlas, lo mejor es dejarse llevar; por lo que, pasada la primera impresión, visualicé en mi interior una verde hoja cayendo suavemente. Eso no me satisfizo del todo, porque yo ya quería experimentar. Inicié con miedo un tímido picado, y todo adquirió cierta velocidad. Sobrevolé con destreza un montón de edificios, una autopista y un polideportivo, el hospital, y vi a mi izquierda el Pa...

Reserva del 92

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Yo tenía un tío pintor, bastante excéntrico y a la vez adorable, que no podía hacer su trabajo cuando sentía la presencia de algún retrato en las proximidades. Los retratos, especialmente de señoras de alcurnia y rancio abolengo, le miraban mal. Decía que ellas, subrepticiamente, torcían el gesto cuando él pasaba a su lado, y eso le producía serios escalofríos y un principio de artrosis en la mano derecha de difícil solución. Gracias a Dios, era zurdo. Y sin embargo, desarrolló su profesión largo tiempo con una fortaleza de espíritu encomiable. Llegó a ser un gran pintor de paisajes, eso sí, con cierta fobia a los retratos. Esta misma tarde, sentado en el sillón de la casa antigua, de sobremesa y casi siesta, con un reserva de Rioja en la mano, me he dado cuenta que el bodegón de encima de la chimenea me mira mal. Lo juro. Sé que suena extraño, porque la composición del cuadro no contiene elementos peligrosos o desestabilizadores: una cesta llena de viandas con un ramo de uvas, al...

Treinta euros

Hablar de mí es fácil: soy el producto que tú consumes. Yo pongo el lápiz de labios, la casquería fina, el contrabando de lujuria y la firme promesa, queridísimo, de hacerte -por un instante- un hombre feliz. Amo sin medida a treinta euros. Sé que de nada sirve contarte lo que hay detrás, la triste historia de cómo he llegado hasta aquí, aunque puedas imaginarlo: no te importa en absoluto, así que hablemos un poco de ti. Mírate al espejo y hablemos un poco de ti. Treinta euros. Hablemos un poco de ti.

Amor en tiempos de cólera

Quería que me dejases en paz. Entraste sin llamar; eras como un intruso del que no conseguía desembarazarme. Quise gritar al enterarme de tu presencia. Pudiste escuchar uno a uno mis reproches. Todos me daban la razón y yo no podía ocultar mi ira hacia ti. No sé cómo pude hablar contigo esa noche, a solas, hasta que el amanecer tiñó de oro la madrugada; no sé qué aventuras me susurraste; no sé qué promesas imposibles de cumplirse. Y, sin embargo, llamaste a la puerta de mi corazón y te puse nombre. Sí, hijo mío, tú me enseñaste a amar en tiempos de cólera.

Ella y él

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Leía la prensa en un agradable café. Una chica joven hablaba con su novio en la mesa de al lado. Discutían sobre si era conveniente seguir con el incipiente embarazo. El decía que era una locura. Ella quería continuar adelante. El argumentaba una retahíla interminable de inconvenientes. Ella le miraba angustiada porque todavía no había tomado una determinación. El hablaba del amor de los dos y lo bien que estaban juntos. Ella callaba teniéndoles muy presentes a los dos. El la cogía de la mano mientras apuraba el capuccino, con cierto aire indiferente. Ella, levantando la vista, miró a través de él. Y un brillo especial en sus ojos me hizo comprender lo felices que iban a ser los dos, madre e hijo, cuando todo aquello terminase.

Castillos del aire.

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Aquellos que moran en castillos del aire, permanecen esclavos de la vida invisible. Desaparecen en la bruma de la noche, solitarios, y de vez en cuando atraviesan la frontera del sueño emergiendo como el cadáver de un ahogado, asombrados de haber despertado a un mundo que es de otros.

Perdona el retraso

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Perdona el retraso. Hoy estás apoyado en un banco del parque, encorvado en tu bastón, mirando fijamente a ninguna parte. Pareces ensimismado en algún recuerdo y tu semblante se ha puesto triste. Debes tener bargueños enteros de vivencias, llenos de cajoncitos estancos que de vez en cuando abres para ti. El que has abierto hoy huele a hojas secas de otoño, a bufanda deshilachada, a pañuelo de seda azul. Y a un ramito de nomeolvides en el ojal de la tarde.

Contraluz.

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Hoy el mundo está a contraluz, encuadrado por el marco de la ventana. Apenas se nota el rosal a un paso del alféizar, suspendido como un torrente de lágrimas rojas. Al fondo, callejones largos y rectos anuncian el comienzo del camino. Y ¡mirad!, más allá de las montañas, invisible frontera, se adivinan más mundos e infinitas veredas; más callejones largos y rectos sumidos en sombras; un rosal desde la ventana, y alguien observando a través de ella, preguntándose -en celosa intimidad- la mejor manera de encuadrar su derrota.

Desvaríos de un lunático.

Si he de ser sincero, no creo que esto dure mucho. Quizá lo suficiente para hacer reir a alguien con mis chistes facilitos, de esos para compartir acodado en el bar de la esquina. Puede que a la rubia del fondo le parezca mono, y que esa sonrisa que le dedica al novio sea una invitación para mi morbo y su coquetería. -¿Imaginas lo que yo, chica rubia?- Quiero creer que todo conspira para que tú y yo estemos juntos, y dejemos Madrid arrasado en esta noche loca... esta noche donde todo late alrededor mío hasta cortar la respiración. Hagamos que baile la ciudad hasta desvanecerse en un beso. Hagamos -por una vez- a nuestros sueños esclavos de la realidad y amémonos hasta el amanecer como si nos faltara tiempo. ¿Serás tú, chica rubia? O será la cerveza, o serán mis pies que se arrastran hasta otra taberna, hasta otra imaginativa visión cuyo común denominador es la luna, o quizá el amor, o esta maldita soledad que me come por dentro.

Perfecto

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Me he quedado sentado en el porche de mis sueños, balanceándome en el columpio de madera, mientras violines de agua repicaban sus notas en las escaleras. Le he pedido a Dios que me concediese el favor de que ese momento fuese perfecto. Y mientras esperaba Su respuesta, has pasado tú corriendo bajo la lluvia, empapada de vida. Por un momento perfecto, me he quedado sentado en el porche de mis sueños.