Movimiento.


Enero sigue su curso sin apenas mirar atrás. Aprieto el paso. El frío y la lluvia arrecian, a zarpazos, y engancho el paraguas de los días grises en las farolas, a ver si así me llega algo de luz. La soledad en el bullicio de la ciudad ¡es tan real! como la calle adoquinada que sube, que baja, que quiebra la esquina y parte la acera al son del chapoteo de mis zapatos. Hoy no. Eso que me hace volar a ras de suelo tiene otro nombre que no rima con soledad. A veces yo la sueño tranquila, en el reflejo de un escaparate, en las sombras donde hace un instante he mirado, en el paso limpio, en el beso suave;  otras veces húmeda y provocativa, pegada a los huesos, apretada a la carne y con las gotas de agua respirando en la piel; y no me explico cómo somos dos, siendo uno; y sueño despierto que somos uno, siendo dos.

Tengo prisa por llegar a ningún sitio. Movimiento. La razón me habla de líneas rectas entre tú y yo, y el espíritu se empeña en dar vueltas con nosotros: mi destino parece siempre el punto de partida. Y sin embargo -hoy, ahora-, esta ciudad palidece de envidia mientras late al ritmo que impone mi corazón.

Comentarios

  1. Lo sabes contar tan bien que me produces envidia sana. Sabes, tengo un póster colgado en la habitación con un velero de Hopper, surcando el azul de la pared. Y cuando miro por la ventana, tras el cristal empañado de humedad, veo como te alejas calle abajo. Si te dejas el paraguas, no pierdas cuenta que te será devuelto.

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