Intersticios

Día claro en una playa del Este. Por fin luz de domingo, por mucho que sea lunes. He bajado un rato a respirar algo de sal, y no estoy seguro si la cadencia de las olas va a traer a la orilla algo de paz. Eso espero. Descalzo, guardo mis pies en montoncitos de arena, a buen recaudo del sol. La ciudad quedó atrás, junto a los paquetes de tabaco vacíos y los ceniceros rotos, en el enésimo intento de superar -una a una- mis adicciones. Las gaviotas juegan allí arriba, suspendidas como marionetas de un Dios invisible, impasibles ante la fuerza del viento. ¿Y mis alas? Solía tenerlas recogidas a la espalda, a punto de extenderlas a la primera oportunidad, y sin embargo, ahora es como si fueran un enigma, parte de un jeroglífico indescifrable ajeno a mí, o quizá una esquirla desgajada de un vago recuerdo. ¿Why does my soul feels so bad? Estoy convencido que siguen ahí, atentas a desplegarse de nuevo con las pequeñas cosas que siempre me han hecho feliz: el cosquilleo de la arena en los intersticios de los dedos, la espuma de las olas al romper sobre el acantilado y esta luz que apenas -en este ratito de paz- acaricia mi cuerpo y lame las heridas...