Colombina

Hoy no tengo ni idea sobre qué escribir. Podría hacerlo sobre las flores, o sobre si os habéis fijado cómo verdean ya los trigos en los sembrados cuando vais a trabajar por la M-40.  O porqué Puccini es un genio que tuvo la mala idea de morir sin avisar antes de acabar Turandot. Qué faena, si me lees desde donde sea que estés, Pucci, esta te la guardo. Que sepas que estoy escuchando Il Pagliacci, hala, y estoy a punto de Vesti la Giubba a moco tendido. Me dirás que Leoncavallo no te llega a la punta de los zapatos, pero tienes que reconocer que respecto al nombre, te da mil vueltas. Y tampoco está nada mal el pobre payaso, enamorado hasta las trancas de Colombina, destrozado de amor pero obligado por su condición a hacer reir a los demás. Vocación de risa, no exenta de penas. La vida misma, ¿verdad?

Aprovecho para recordarte que tienes que venir a cenar.  No esperes gran cosa de los platos que te prepare en esa ocasión tan especial, pero te juro que el vino será de primera. Acabaremos apurando la segunda botella sentados en el suelo, soñando que somos los primeros para alguien, aunque sea para nosotros mismos, y hablaremos sin tregua de cosas, cosas, cosas, y casi se me olvidaba esta otra anécdota. Y no te extrañe que te haga reir, o llorar, o sentir en un momento dado que en realidad te llamas Colombina. Vente, que cuando llegue la hora, bajaré las persianas para que nunca amanezca.


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