Soportales

Cuando paseo, intento que mi retina capte la fotografía de una vista, un paisaje, el árbol nudoso o atormentado, el mar en calma, una piedra de granito trabajada a mano con cincel y escoplo, la fachada de ese edificio románico, la cadencia del vuelo de un pájaro, los tejados de pizarra negra, y esa tubería de desagüe que no deja de gotear. La mayoría de las imágenes no permanecen. Las recoge mi cerebro y las oculta en un inmenso cajón, a buen recaudo; sin embargo, las menos grandilocuentes, aquellas a las que dí menos importancia, un buen día resucitan del olvido, porque debían estar impresas en ese lugar que algunos llamamos alma, y otros, corazón.

Hoy, paseando por los soportales en el Casco Antiguo, me ha parecido verte doblando la esquina, a lo lejos. Y mi alma me ha devuelto la lluvia, el poyete de piedra, el paragüas y un sombrero que el viento de octubre nos arrancó; y, como el débil flash de una fotografía, de una sola vez vi tu mano en la mía, las sonrisas, el parquet de madera de nuestra casa, las sábanas dobladas, nuestros silencios y tú, corriendo con la maleta hasta doblar la esquina, sin volverte siquiera para decir adiós.

Cuando paseo, mis ojos buscan el mejor encuadre. El cerebro lo almacena. Pero es ésta alma mía la que no deja de gotear, y va posando las imágenes entre hojas secas,  como aquella carta que no me atreví a escribirte porque nunca supe cómo perdonarte, ni cómo pedirte perdón.

Comentarios

  1. Qué precioso texto, Miguel.Tanto por las imágenes que nos regalas a través de tus pupilas como de los sentimientos que exhalas.

    Genial este post.

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