El tesoro


Querido Pablo:

Con el tiempo, he llegado a pensar que amábamos sin darnos cuenta. Te acordarás de aquella cafetería donde solíamos quedar después del trabajo. El humo de los cigarrillos se fundía con el del café, y a través de él, mirándome a los ojos, decías que estábamos cautivos en una pequeña isla del tesoro, aislados del mundo. ¿Cómo no iba a creerte? Muchas cosas han ocurrido desde entonces, y me temo que otras muchas pasarán antes de atreverme a enviarte esta carta. Por ahora, déjame que siga recordando aquel hotel, y cómo atravesábamos el vestíbulo hacia el ascensor, erguidos y distantes, bailarines de tango cuyos preliminares acaban cuando la muchedumbre deja de observarlos. Ya por el pasillo de la quinta planta, éramos cazadores furtivos acechando la pasión como presa. Dos desconocidos con idéntico número de habitación, la ventana siempre tapada por las cortinas, la misma cama. Entonces,veía tu silueta acercándose en la penumbra y me faltaba tiempo para sentir las yemas de mis dedos recorriendo tu piel, y el olor de las sábanas, y en mi cuello tus besos, y el sonido rítmico de miles de urgencias y oscuros pensamientos. Sí, querido Pablo, seguro que te acuerdas: entre cuatro paredes, tú y yo rompíamos la tarde a dentelladas, como si nunca fuesen a rescatarnos de nuestra isla desierta.

Todo pasa y todo llega, ¿verdad? Mientras transcurren los sueños somos rehenes de nuestros juegos prohibidos, y no nos cuesta nada pensar que podemos huir de las consecuencias. Nunca te pregunté adónde ibas después de nuestras citas, y si había alguien detrás de tus ausencias, quizá oculta tras una casa con jardín, esperando impaciente que pintases de blanco la valla de madera. He de confesarte que en ese momento concreto de mi vida, no me importaba.

Pero un día, llegó la noche; y esa noche, sin hacer ruido, te levantaste de la cama y no volví a verte más. Desapareciste de mi vida igual de rápido que te había conocido. Busqué en tu supuesto trabajo, pero nadie sabía de alguien como tú. Esperé en la cafetería muchas horas, muchos días, hasta que una tarde gris de octubre, la camarera se sentó a mi lado y me invitó a un café. Yo le conté que un día cayó la noche, y que anduve errante, sola por las calles de la ciudad, imaginando verte en el reflejo de los escaparates. Le conté de nuestra isla, del puro placer de sentirnos vivos y le hice comprender que en esa misma mesa, tres meses atrás, tú me habías prometido un tesoro. Ella sonrío y me dijo: -Ahí lo tienes, cariño.

Cinco años han pasado y ayer te vi, apoyado en la marquesina de una parada de autobús. Te seguí con mi automóvil hasta que bajaste en un barrio residencial, y luego, con cuidado para que no me descubrieses, a pie hasta la valla blanca de tu casa. Apunté la dirección y regresé sobre mis pasos, mientras pensaba que me gustaría al menos una explicación, igual que yo, para ser sincera, debía remitirte esta carta. Quiero que sepas, Pablo, que volví a encontrar el amor en la frágil figura de un niño. Y debes saber que tu promesa se cumplió, pues no hay mayor tesoro para mí que ver crecer a mi hijo.

Comentarios

  1. Hola Miguel, Una carta que parece sacada de un guión de pelicula pero que se va haciendo realidad a medida que vas leyendo.

    Seguroq eu ella es la persona mas feliz del mundo viendo crecer a su hijo.

    Un abrazo
    el lio de Abi

    ResponderEliminar
  2. Una bonita carta, que a medida que me iba adentrando más en ella, más me ha enganchado para leerla.

    Sin lugar a dudas, un gran tesoro, su hijo, la esencia de un amor que existió pero que desapareció para siempre, aunque quedó grabado en la eternidad con su hijo.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  3. Abi, gracias por pasr. No me pierdo tus crónicas turísticas y andarinas. Un saludo.

    ResponderEliminar
  4. María, gracias por tu comentario. Lástima de crío que no haya podido conocer a su padre, pero ¿quién sabe cómo seguirá esa historia?

    Un saludo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Sordo y ciego

Movimiento.

Secretos