Una mañana clara de Julio

Una mañana clara de julio
eché a andar por la vieja cañada.
El río bajaba a saltos cortos,
y en los remansos de juncos
el agua se desperezaba.

Álamos, robles y algún castaño,
retamas de jazmín y tomillo,
hierbabuena, blanca flor
de lavanda;
la brisa del Este mecía las hojas,
y las orillas del camino traían,
solo para mí, un suave olor
a tierra mojada.

El sol quiso mostrarme su rostro;
quizá fue un reflejo del corazón,
pero un rayo de luz iluminó
su sonrisa en la superficie
del agua.

No sé si fue la maldita brisa,
pero aquella hermosa visión
en un instante desapareció
entre las sombras cambiantes
de las ramas.

En una mañana clara de julio
tuve, mi niña, una fugaz ilusión:
creí ver de nuevo el amor
jugar al escondite en el patio
de mi alma.

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