En blanco y negro


El bar destartalado donde ahora escribo, acompañado de un café humeante, era una vieja escuela.

En las paredes repintadas de yeso muerto y adobe, rostros difusos miran de frente. Son las caras enmarcadas de los niños que habitaron aquí hace 75 años, prestas a la curiosidad de verse retratados en una cámara fotográfica. Imágenes en blanco y negro de tiempos pasados, entonces tan actuales e inmediatos, que puedo imaginar la febril actividad y regocijo en cuanto supieron la noticia de que iban a ser inmortalizados. La comidilla del lugar durante un mes, por lo menos. Ahí está mi padre, con ocho añitos. Las despellejadas canillas al aire, con su pantalón corto raído y sus alpargatas de esparto, mirando travieso con ínfulas de caballero. Y el profesor en el centro de la chiquillería, con bigote, bastón y bombín calado hasta las gruesas patillas, posando con la indiscutible autoridad que su cargo le procuraba en ese contexto de espacio y tiempo.

Hay cierta melancolía en las fotos antiguas. Nos recuerdan que hubo otras vidas no tan diferentes a las nuestras. Al girar el foco sobre una figura familiar, nos damos cuenta que formamos parte de su historia, y que para ellos nuestra existencia fue un plan, o una sorpresa, antes de que nosotros siquiera tuviéramos conciencia de ser persona. Y es entonces cuando deseas haber sabido más sobre las vivencias de aquellos que quieres, o que apenas conociste u oíste hablar de ellos, y un día desaparecieron en el árbol de tu propia historia.

Comentarios

  1. ¡Qué belleza este relato!
    Me has hecho sentir tantos recuerdos familiares que sinceramente tardo en leerte para disfrutar cada palabra.-
    Magnífico.-

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