Pensamientos de una noche de febrero


¡Es difícil vivir a ras de tierra cuando miras al cielo!

O quizá no. Hay quien se abandona para confiar de pleno en la línea del horizonte, buscando siempre más allá. El camino no siempre es fácil, y las rugosidades producen callos en el alma, pero tienes otra perspectiva de vida. Siempre está el que dice que eso de ahí no son novelas ejemplares, sino cuentos intrascendentes. Que es más importante planificar, controlar, organizar y plegarse a la circunstancia hasta que los vientos sean más favorables. Hay que ser prácticos. No queda tiempo para ser contemplativos, ni soñar con otros mundos, y la aventura de vivir se reduce a la experiencia emocionante -basada en la contraprestación económica- de las revistas de ocio.

A veces te preguntas si el alma no es una coartada perfecta, aquella que cataliza los problemas para silenciarlos y envolverlos en mansedumbre. Una especie de Lexatín natural que nos prescribimos nosotros mismos para aguantar la presión de la vida diaria. Un placebo para curar los males que nos acechan. Es un hecho que nos acordamos de Dios cuando truena y sobre todo, cuando no encontramos respuestas al sentido último de nuestra existencia. Sin embargo, ¡cuántas personas sustituyen a Dios por cosas mucho más peregrinas y absurdas! Y si se empeñan en conseguirlo, entonces la pérdida es absoluta.

Para estas personas Dios es un problema a resolver,y el vacío que deja han de llenarlo de cualquier manera posible. Para los creyentes, Dios es la solución a sus preguntas, y mantienen la esperanza de Su promesa. Ambos se emocionan ante una puesta de sol, se sorprenden al sentir el golpe de una bella poesía y vibran cuando se enamoran. Pero son los últimos los que aprecian sus vivencias como algo trascendente y no contingente, y como tal procuran reflejarlo en su vida diaria, porque esa verdad íntima que proclaman ha de tener consecuencias.

Yo creo que la economía divina si de algo entiende, es de amor. Y a todos nos son dados los momentos para elegir, y la gracia para darnos cuenta de las cosas que verdaderamente importan. Yo confío en el alambique de Dios, que gota a gota, colma mis necesidades. En mis amaneceres y en la oscura cuesta del invierno.

Aunque a veces me comporte como si Dios fuese un placebo que aliviase las penas de mi alma.

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